Vivo en una pequeña aldea, rodeada de montes y silencio, donde soy ceramista y transformo el barro en poesía. Cada pieza que modelo nace de lo que me inspira: la curva de una rama, el color de una piedra, el murmullo del río. Mis manos siguen el ritmo lento de la naturaleza y, en mi taller, donde la luz entra sin prisa, creo objetos que hablan de lo esencial. No busco la perfección, más bien descubrir lo que hay dentro de cada pedazo de barro . No es tanto que me comunique con la cerámica, más bien parece que es el barro, utilizándome, quien se expresa, se libera. Yo soy la primera sorprendida de lo que hacen mis manos al contacto con el barro. Mi trabajo con él me hace la vida más llevadera y juguetona.







